La historia del Nazareno de San Bartolomé Becerra

En lo profundo del corazón colonial de Guatemala, al surponiente de la Antigua, se encuentra la aldea de San Bartolomé Becerra. Esta comunidad, con raíces tan antiguas como la misma ciudad, ha sido testigo de una de las devociones más conmovedoras del país: la veneración a Jesús Nazareno de la Caída.

Actualmente, esta aldea pertenece a la parroquia del Señor San José, con sede en la Santa Iglesia Catedral de la Antigua Guatemala. Sin embargo, durante siglos —desde el siglo XVI hasta mediados del siglo XX— su historia espiritual estuvo ligada al Curato de Nuestra Señora de los Remedios, con sede en la Iglesia de la Escuela de Cristo.

La imagen de Jesús Nazareno de la Caída, que se venera en esta comunidad, es una escultura que transmite una carga emocional profunda. Se desconoce con certeza el autor, aunque la tradición oral atribuye su creación al maestro escultor Pedro de Mendoza alrededor del año 1640. Esta imagen barroca representa a Cristo agobiado bajo el peso de la cruz, con detalles anatómicos que conmueven: la boca entreabierta, el gesto resignado, una mano apoyada en el suelo y la otra aferrada al madero. Es una talla de cuerpo completo, hecha para evocar el dolor, pero también la dignidad del sacrificio.

Originalmente, esta imagen fue esculpida para el templo del Colegio de San Jerónimo en la ciudad de Santiago de los Caballeros. Allí se le conocía como el Divino Nazareno de San Jerónimo. Pero el 29 de julio de 1773, los terremotos de Santa Marta sacudieron y destruyeron la ciudad, obligando a trasladar muchas imágenes religiosas hacia el Valle de la Virgen. Algunas fueron abandonadas, otras ocultas o destruidas.

Entre las imágenes desplazadas estuvo este Nazareno, que llegó a la parroquia de San Sebastián, entonces regentada por la Orden Mercedaria. Fue la familia Arroyo, propietaria de la finca Retana en San Bartolomé Becerra, quien adquirió la escultura. Tras una restauración, la instalaron en la ermita de la finca. Años después, el nuevo dueño de la propiedad, Martín Barrundia, obsequió la imagen al guardián de la finca, Cayetano Escobar. A su muerte, Escobar dispuso que el Nazareno quedara en forma definitiva bajo custodia de la ermita de la aldea.

Durante años, la imagen fue parte esencial de los actos penitenciales de la comunidad. Quienes acudían al sacramento de la Reconciliación hacían sus oraciones y reflexiones frente al Nazareno, convirtiéndolo en un símbolo de consuelo y redención.

En los terremotos de 1917 y 1918, el templo sufrió severos daños estructurales, por lo que la imagen fue trasladada temporalmente al Oratorio de la casa patronal de la finca. Pero el fervor de la comunidad nunca se extinguió. Desde entonces, y hasta el día de hoy, Jesús Nazareno de la Caída continúa siendo el alma espiritual de San Bartolomé Becerra, testigo vivo de siglos de fe, resistencia y devoción.

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